[PARTE I: La preparación] CAPÍTULO TERCERO
Bajo la guía del confesor, la Pobre Alma es exhortada a aceptar un amor crucifixión para gloria de Dios y salvación de las almas, y es así preparada para las grandes cosas que le esperan.
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La voz pide sufrimientos por la salvación de las almas,
pero el Alma no tiene el valor de dar su consentimiento.
– 20-3-1965 Noche. En la capilla, durante el Vía Crucis, llegó a la estación «Jesús resucitado en la cruz». El alma se sumerge repentinamente en el sufrimiento misterioso habitual y como extraída de sí misma, ¡pero con tanta fuerza que se siente asustada y perdida! Dios mío, ¿qué pasa en esta pobre criatura? Después de unos minutos, la voz habitual dice:
– ¿Estás dispuesto a ayudarme a salvar almas que sufren?
– A lo que el alma, siempre presa de un hecho que no puede explicar, porque sobrepasa el pobre entendimiento humano, y sintiéndose demasiado pequeña y miserable, no tiene fuerzas para responder nada. Por supuesto, la provisión está ahí, ¡pero el sí listo y generoso no salió!
– 21-3-1965 En Loreto.
Afortunadamente, el Señor dispone que vayamos en peregrinación a Loreto y así la pobrecita tiene la oportunidad de conversar con la R.P. Confesor que la conoce y a quien le confía todo. Respuesta: «Di que sí, dilo generosamente. Son muchas las almas que, de manera especial consagradas a Dios, no son fieles y, lamentablemente, ¡se perderán eternamente! ». El alma ahora trata de mantenerse en un sí continuo. ¡Amén!
– 24-3-1965 Mañana.
Después de la Santa Misa, el alma, sintiéndose fuertemente atraída por la acción habitual, sube las escaleras, y mientras se entretiene con el Divino Invitado, se oye decir:
– Cuántas almas son presa de Satanás, enemigo del bien y la verdad. Solo el sufrimiento puede arrancarlos. ¡Párate a mi lado, dame todo!
– Hacia el final del encuentro, encontrándose a sí misma, el alma, todavía muy impresionada por lo que había escuchado, se siente presa de una fuerte necesidad de ofrecerse como presa a su Señor Jesús, y postrándose en su más profunda nada, lanza un grito. , y: «Aquí estoy, dice ella, aquí estoy, oh mi Señor Jesús; ¡Me entrego todo a ti! ¡Amén!».